La mujer que hacía doce años padecía una hemorragia había sufrido con médicos y gastado lo que tenía, pero nunca mejoró; de hecho, empeoró. Ella oyó de Jesús, así que se le acercó por detrás y tocó su túnica, pues pensó: «sanaré». ¡Al instante se curó de su terrible condición y algo interesante pasó!: Cristo, en esa plaza llena, se detuvo y dijo: «¿quién me tocó?». Los discípulos lo miraron extrañados. «Todos te cogen», le respondieron. Él contestó: «alguien lo hizo diferente porque salió poder de mí». La mujer no pudo callarlo y confesó. Jesús le afirmó que creer la sanó, pero entonces, ¿fue él o la fe?...: ¡ambas!
El poder sanador del Espíritu estaba en Cristo, pero la mujer hizo su parte; ¡debemos hacerla y no quedarnos en el estanque esperando el “milagrito”! ¿Qué hizo ella?:
1. Oír de Jesús
Las personas hablaban del Hijo diciendo «hace milagros, parece un profeta...». Ella escuchó que había sanado a un cojo, le había dado vista a un ciego e hizo hablar a un mudo, ¡entonces se llenó de la fe que viene por escuchar la buena noticia de Cristo!
Hace tiempo alguien me dijo que leía la Biblia en voz alta y me pareció ridículo porque es agotador y toma tiempo, pero él dijo que lo hacía porque, además de que la proclamaba, sus oídos la escuchaban. ¡Tenía razón! Hagámoslo con un versículo que nos guste o algo que Dios nos hable porque... ¡la fe viene por el oír!
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