Si queremos un milagro tenemos que activar la fe que hará que Dios haga su parte. Algunos creen equivocadamente que Él hace todo, pero la Palabra no muestra eso: nos toca actuar. Una buena ilustración es el cojo que Jesús sanó en Betesda. La Biblia dice que estuvo allí casi cuarenta años esperando el “milagrito” y, cuando Jesús supo que hacía tanto estaba enfermo, le preguntó si quería recuperarse. Él contestó que no podía porque nadie lo metía al estanque cuando se agitaba y alguien llegaba antes (muchos creían que un ángel movía el agua —puede ser que no— y sanaba el que primero se metía). Jesús no oró por él ni le impuso sus manos, sino le dijo que se pusiera de pie, tomara su camilla y caminara, en otras palabras, ¡no debía quedarse acostado, sino dar un paso de fe y creer lo que no era como si fuera! Tal vez podríamos usar la famosa frase que algunos creen está en la Biblia: «ayúdate que yo te ayudaré».
¡Dios hace su parte y espera que hagamos la nuestra!
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